Cuántas y cuántas veces nos hemos quedado embobados mirando la televisión mientras vemos a pequeñas sirenas terrestres contorsionarse hasta lo imposible al son de la música y a su vez, manejándose con elementos tales como un aro, una cinta, una pelota, una cuerda o unas mazas. La gimnasia rítmica es un arte en movimiento en la que la danza, la agilidad, la fluidez y el duende se entremezclan para dar a luz a algo casi increible e imposible en su realización.
Estas chicas y sus diminutos cuerpos sufren horas y horas de entreno diarias por unos cortos momentos de gloria y una fama efímera especialmente en países como el nuestro en que este deporte no goza de un gran reconocimiento. Aquí dominan el fútbol, el baloncesto, el tennis o el motociclismo y nos olvidamos de otros deportes no menos importantes y quizá hasta más esclavos que los mencionados anteriomente.
En algún momento de nuestra infancia casi todas las chicas hemos deseado tener un aro, una cinta o alguno de los elementos relacionados con este deporte y las que conseguimos tenerlo, no parábamos de movernos en casa con él de un lado a otro, al menos yo...personalmente, me di cuenta que lo que parecía que no pesara nada (las mazas) pesaban un horror, que la cinta no volaba sola o que mi pelota se deslizaba más rápidamente que la que salía en la televisión. Por otro lado, nos maravillaban esos maillots brillantes y de colores vivos, esos moños que rasgaban los ojos y esos cuerpos que parecían no tener columna vertebral y debo decir, que pasados casi veinte años, sigo mirando las gimnasia rítmica con los mismos ojos de cuando era una niña; sigo fascinada por dicho deporte y por las deportistas que lo practican y aunque sea un deporte de gran sacrificio y dedicación, una parte de mí las envidia por no haber tenido el privilegio de haberlo practicado.
Desde aquí quiero felicitar a todas las personas que lo practican y a los adeptos que aunque seamos pocos, nos embobamos con sus movimientos encantadores cada vez que tenemos ocasión de disfrutarlos.